Recuerdo las noches en las que paseaba con calma bajo la luz amarillenta de las farolas. Jamás tuve miedo de los espacios en sombra entre cada una de ellas, pero sí de los lugares oscuros que, en ocasiones pasaba de largo.
Recuerdo una de esas noches en las que tenía miedo de verdad, cuando sientes en tu cerebro los latidos de tu corazón y la garganta tensa, el vello de punta y la sensación de que alguien te persigue; que, si te das la vuelta, te encontrarás con aquello que más te aterra.
Y fue en esa noche que tenía miedo y en la que iba a pasar de largo la entrada de una especie de pasadizo interior, con escaleras que subían de una calle a otra, cuando mi cuerpo se introduje en él, haciendo bombear hasta la desesperación cada latido.
Apuré, corrí, el tiempo se hacía demasiado largo y el miedo creo fantasmas que me perseguían cuando no había nada allí más que mi terror y yo mismo.
Cuando salí a la calle y la luz de las malditas farolas iluminaba la acera en la que estaba parado, sudando y temblando, me di cuenta de que él único miedo que tenía era a mis propios miedos y que nadie más que yo mismo podía vencerlos.
Desde aquello noche camino con calma bajo la luz amarillenta de las farolas o a oscuras, sin miedo.
Abrazos positivos.
Alejandro Guillán
El método Estanislao
Música: Little Soul