Todo aquello que hacemos tiene una repercusión que afecta a lo hecho y/o a personas. Para bien o para mal, cada decisión, cada acto, repercute en lo que nos rodea, de modo consciente o no. Es decir, hay unas consecuencias.
Qué hacer, qué decir, qué decisión tomar, etc., no es sencillo ni fácil y somos incapaces de conocer realmente las consecuencias, ya sean positivas o negativas.
Lo nuclear de toda decisión tomada es ser conscientes de ella y de escoger, en la medida en que nos sea posible, aquella que sintamos que va a dar como resultado algo positivo.
Una teja es un elemento importante de una vivienda, que evita que el agua de lluvia entre dentro de esta y, colocada en un grado de inclinación concreta, desvía la lluvia para que esta caiga sobre un canalón o directamente a la calle.
La teja, por sí misma es importante, pero si la construcción está mal hecha y no soporta el peso del tejado por su debilidad, es más que posible que la propia vivienda se derrumbe, con lo cual, aquello que protege deja de hacerlo.
Una persona en parte es como una teja y, en parte, como una vivienda. Es como una teja porque necesitamos protegernos, física y emocionalmente, pero también somos en parte una vivienda porque construimos, en nuestro camino, una vida, una vivienda, que vamos llenado con todas nuestras experiencias en las distintas habitaciones en que la dividimos.
Cada uno de nosotros escoge con qué llenamos cada estancia, según qué significa para nosotros y de qué podemos desprendernos sin sentir nada más que soltamos lastre.
Tu vida, tu casa, es aquello que construyes con tus decisiones y elecciones y la proteges y guardas con esas mismas decisiones y elecciones.
Todos pasamos por un momento en nuestra vida en la que sentimos un vacío, como si todo el mar que nos rodea se hubiera secado y todo se hubiera convertido en un desierto.
Podemos verlo desde dos puntos de vista: uno puede ser el de una pérdida irreparable, en el que nuestro mundo desaparece o bien interpretarlo como el fin de una etapa en nuestro camino, que debemos dejar atrás, aprender de todo aquello que nos ha llevado hasta ese momento y, tras comprenderlo, tomar ese puñado de desierto para que no se nos olvide lo sucedido y seguir adelante.
Lo importante de la sequía no es lamentarse de que llegue sino conocer las razones que la han propiciado y eso nos ayudará a avanzar, curar y encontrar nuestro oasis.
Hay personas que impactan en nuestra vida, pero no lo hacen arrasando o dejando un erial a su paso, no. Entran en nuestra vida sin hacer ruido, con la tranquilidad del paso del tiempo, la calidez de una puesta de sol en verano o cuando necesitamos que la lluvia borre nuestras lágrimas, incluso cuando menos lo necesitamos, esperamos o lo creemos así.
Cuando nos damos cuenta, son parte de nosotros, de nuestro mundo. Somos conscientes de que no sabemos cuándo, pero se han acoplado a nuestro ritmo y nosotros al suyo, creando una especie de melodía en común.
Y con esto no me refiero a una relación de pareja porque sería demasiado sencillo. Hay amistades que se rigen por esa misma conexión. No todos la tienen, pero, si la encuentras, no te pierdas jamás el poder vivir esa vida que has conocido porque puede ser de lo más importante que tu camino vital recorra.
De la misma manera que hay puestas de sol, también, de noche, hay salidas de luna que pueden traspasar nuestro corazón.
En un viaje reciente a mi ciudad de nacimiento, Vigo, la primera parada cuando llegué allí, demasiado temprano para ser de día y demasiado tarde para ser sólo de noche, fue en la playa de Samil. El olor a salitre era intenso, las olas llegaban suaves a la orilla, pero lo más impresionante era la enorme luna amarilla que brillaba bajo un cielo nocturno despejado y estrellado y que dejaba su reflejo sobre el agua salada, que estaba tranquila y hablaba casi en susurros.
Fue ese momento el que hizo que mi corazón latiera de modo distinto, a una velocidad inusual, haciéndome sentir como yo lo buscaba desde hacía tiempo.
Por eso, es importante vivir esos instantes que no son materiales, pero que, quizá, son más importantes porque nos conectan con algo que no es tangible, pero sí importante para uno mismo.
Lo que ocurra en tu vida, desde el punto de vista personal, y que dependa únicamente de tus decisiones, es algo que sólo te concierne a ti, pero que tiene consecuencias en todo aquello que haces y con quienes te relacionas, ya sea para para bien o para mal.
Por eso, antes de dar un paso, tomar una decisión, hablar, tenemos que tener el convencimiento de que asumimos cada una de las consecuencias y repercusiones de aquello hagamos. Esa es la única manera de avanzar, siendo conscientes de que en nuestro camino no seguirán junto a nosotros todas las personas que conozcamos a lo largo de él.
Nuestro camino avanza, desde el punto de vista temporal, sin que nos demos cuenta de cómo pasan los días. Únicamente vivimos sin ser conscientes de ello hasta que un día, uno cualquiera, despertamos de ese sueño y vemos la realidad de quienes somos.
Es en ese punto que el que el tiempo se presenta ante nosotros para conversar y comunicarnos que hay una cuenta atrás para todos y cada uno de nosotros, aunque de manera individual y con tiempos distintos.
El problema no es la cuenta atrás ni cómo la vivamos a partir de ese momento. Lo importante es lo que para nosotros represente esa consciencia.
Podemos encarar esa verdad como algo triste, como algo que nos agobie o nos hunda, como aluna nueva etapa que nos haga crecer y así mostrarnos cómo lograr nuevos objetivos personales y vitales.
En cualquier caso, todo cambio es positivo, siempre y cuando seamos conscientes de lo que represente y cómo lo enfoquemos.
¿Por qué el ser humano, en cualquier momento de su vida, necesita detenerse frente a algo que le haga sentir calma, paz y quedarse en ese lugar durante un espacio de tiempo, el que sea? ¿Por qué ese momento de contemplación?
Contemplar no es exactamente mirar hacia algo que nos produzca una calma interior, no. Lo que nos hace sentir esa sensación interna es el conjunto de varios aspectos que emiten una especie de energía que provoca en nuestro cuerpo la necesitad de absorberla.
No es una puesta de sol, es ésta junto con el sonido del aire o su quietud; la temperatura; el rumor de agua del río o de las olas llegando a la arena; la comodidad de como este nuestro cuerpo, de pie o sentado… o cualquier otra motivación externa que asociemos a una tranquilidad interior.
Es decir, aquello que vemos, el entorno, el momento del día, la temperatura, sonidos, etc.
Todo ello, unido, provoca una relajación y una predisposición a detenernos, observar aquello que nos rodea y, al mismo tiempo, en muchas ocasiones, también nuestro interior o, en otras, únicamente desconectar y no pensar en nada más que en el momento y la contemplación. Es decir: estar, sentir, abstraerse y olvidarse de la noción de tiempo hasta que sintamos que queremos volver al momento anterior a este. Nada más.
Cuando tengas esa necesidad no la ignores. Vívela, aunque sea durante un breve instante. Tu cuerpo es posible que lo necesite y tú también.
Ayer me caí al suelo y me hice una herida de la que brotó sangre, no demasiada, pero sí la suficiente para darme cuenta de lo frágil que somos y, al mismo tiempo, de nuestra capacidad para reponernos de un accidente tan común como puede ser ese, una caída.
Fue esa caída la que hizo que me diera cuenta de que, en nuestra vida, en nuestras relaciones personales, cuando alguien deja de estar a nuestro lado, ya sea pareja, amigo, conocido, etc., tenemos la sensación de que nos va a costar seguir adelante y que el recuerdo de esa persona nos va a condicionar y dejar un vacío que será mas o menos difícil de llenar.
Sin embargo, si aplicamos la teoría de la caída, nos daremos cuenta de que no tiene por qué ser así. El dolor de la caída es pasajero, como lo es la contusión o herida posterior, pero siempre acaba sanando. Si nos ocupamos de ella desde un principio antes sanará y antes volveremos a ser nosotros, pero con más experiencia y sabiendo qué debemos evitar para que nos vuelva a ocurrir lo mismo o, si vuelve a suceder, curarnos mejor y en menos tiempo.