Hay un momento en tu vida en el que las cruces van apareciendo más a menudo de lo que uno desearía y lo peor es que son de personas más o menos cercanas, más o menos importantes para ti. Es en esos momentos en los que somos conscientes de nuestra propia vulnerabilidad y que, como ocurrirá antes o después, una de esas cruces será la de uno mismo.
Cada piel es única y cada centímetro de ella acumula pequeñas cicatrices, emociones, deseos, todo aquello que aprendimos, lo que hemos deseado olvidar y no se va nunca, cada beso dado, todo el amor volcado en otro cuerpo y en otras pieles, lo dado y lo recibido…
Todas nuestras experiencias vitales se acumulan a través del tiempo en nuestro camino vital, a través del cual, desde que nacemos, creamos lazos con todo tipo de personas, emociones, deseos, ideales, culturas, conocimiento, espacios, momentos de todo tipo, etc.
Hay muchas maneras de entender esta imagen de las cruces. Para mí es la de la certeza de que nuestro camino tiene un comienzo y un final y lo importante es lo que hacemos desde que lo iniciamos hasta que lo terminamos, con sus errores, fracasos, éxitos, aciertos… Todo es parte de uno porque todo nos hace ser quienes somos ahora, en este momento y nos da herramientas para avanzar hacia ese futuro o final más o menos cercano.
Mi camino no sé como será de largo, de fácil o complicado, de hermoso o abrupto, de delicado o con pequeñas durezas. No me importa. Lo que tengo claro es que no tengo miedo a terminar de recorrerlo; ya no.
No lo tengas tú nunca.
Abrazos positivos.
Alejandro Guillán
El método Estanislao.